
«Yo era una mujer feliz. Y lo había sido siempre. Es más, ni siquiera estaba a disgusto con mi pelo —lamido por una vaca—, como le suele pasar al resto de la humanidad, al menos a la femenina. Además,
tenía un buen trabajo —escaparatista de tiendas de lujo—, un buen sueldo y buenos amigos. Es decir, que yo me sentía a gusto con mi persona y con mi vida, siempre convencida de que los días son más que horas; también son la sonrisa de un desconocido que te pone a ti otra en el alma —hasta en el lunes más aciago— o un viaje inesperado que te hace no solo descubrir un sitio, sino tu lugar en el mundo. Desgraciadamente, hubo un día en que esa situación y sensación cambió. ¿Y qué fue lo que pasó? Que me enamoré».